Manejo de Redes en la Adolescencia: Más que likes, una búsqueda de identidad
En los últimos meses, muchos de los casos que he recibido en consulta comparten un mismo hilo conductor: el impacto de las redes sociales en la adolescencia.
Padres preocupados llegan con preguntas urgentes, muchas veces desbordados ante lo que parece una batalla perdida frente a la tecnología. Sin embargo, la raíz del problema no siempre está en los adolescentes… sino también en nosotros, los adultos.
Queremos mostrar que estamos bien, que nuestra vida es plena, interesante, estable. Subimos fotos, compartimos frases, mostramos lo que hacemos. A veces, sin darnos cuenta, también estamos buscando aprobación. Entonces surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿acaso no estamos nosotros también intentando demostrar que todo en nuestra vida está bien? Probablemente sí. Los adolescentes lo notan. Si los adultos lo hacen, ¿por qué no podrían hacerlo ellos también?
La adolescencia: Una etapa de construcción
La adolescencia es una etapa profundamente sensible. Es el momento en que nos preguntamos quiénes somos, hacia dónde vamos y qué valor tenemos para los demás.
En ese proceso, los “likes”, las visualizaciones y los seguidores se convierten en la nueva moneda social. A mayor número de likes, mayor sensación de aceptación. Es ahí donde las redes sociales comienzan a ocupar un lugar central en la vida de los jóvenes, brindándoles una sensación momentánea de validación, pero también dejándolos expuestos a comparaciones, frustraciones y Ansiedad.
El espejo adulto: ¿Qué modelo ofrecemos?
Mientras esto sucede, muchos padres se preguntan: ¿Cuánto control tengo realmente sobre lo que mi hijo hace en redes? ¿Cuánto tiempo pasa conectado? ¿Qué tipo de contenido consume? Sabemos que el uso excesivo de pantallas puede afectar el sueño, la concentración, el estado de ánimo y el desarrollo neurológico. Pero más allá de imponer límites —que sí son importantes—, lo esencial es abrir canales de comunicación sinceros.
Hablar de los riesgos y beneficios, pero también de las intenciones que hay detrás de estas plataformas, que no solo conectan, sino que también manipulan, entretienen, venden y moldean la percepción que los jóvenes tienen de sí mismos.
Por ende, educar es acompañar. Es estar presentes, observar sin invadir y guiar. Los adolescentes no necesitan vigilancia constante, necesitan referentes coherentes. Esa coherencia empieza en casa, con nuestro propio uso de las redes sociales, con nuestra forma de relacionarnos con la imagen, la aprobación y el silencio.
Las redes sociales no son buenas ni malas por sí solas. Son herramientas. Su valor depende del uso que hagamos de ellas. Por eso, el mayor acto de educación digital no está en prohibir, sino en enseñar a discernir. En construir con nuestros hijos una relación más consciente, crítica y saludable con el mundo digital.