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Eje intestino–cerebro: Cómo se comunican y por qué influye en la salud integral

Dra. Carolina Bernal Cuartas
Escrito por: Dra. Carolina Bernal Cuartas Gastroenteróloga Pediatra en Medellín
5.0 |

13 opiniones

Publicado el: 05/12/2025 Editado por: Luis Ángel Cortina Sánchez el 05/12/2025

Durante años se pensó que el intestino y el cerebro funcionaban como sistemas independientes. Sin embargo, la ciencia moderna ha demostrado que existe una estrecha relación entre ambos, una vía de comunicación constante conocida como eje intestino–cerebro.


Este eje es responsable de conectar la salud digestiva con aspectos tan variados como el estado de ánimo, la respuesta al estrés, la inmunidad e incluso algunos trastornos neurológicos. En Colombia, donde las enfermedades gastrointestinales, el estrés crónico y los trastornos de ansiedad son cada vez más frecuentes, comprender esta conexión resulta fundamental para promover un enfoque integral de salud.


¿Qué es el eje intestino–cerebro?

El eje intestino–cerebro es un sistema de comunicación bidireccional que conecta el sistema nervioso central con el sistema digestivo. Esta interacción ocurre mediante vías neuronales, hormonales, inmunológicas y metabólicas. Su correcto funcionamiento permite que el intestino envíe señales al cerebro —por ejemplo, sobre saciedad, dolor o inflamación— y que el cerebro regule funciones digestivas como el movimiento intestinal, la secreción de hormonas y la sensibilidad visceral.


Uno de los componentes esenciales de este eje es la Microbiota Intestinal, un conjunto de billones de microorganismos que habitan el tracto digestivo y que participan activamente en procesos metabólicos, inmunológicos y neuroquímicos. Se ha demostrado que estos microorganismos pueden influir en la producción de neurotransmisores como la serotonina, dopamina y GABA, todos ellos clave en la regulación del estado de ánimo y la conducta.


La Microbiota Intestinal: protagonista del eje intestino–cerebro

La Microbiota no solo ayuda a digerir alimentos o proteger contra infecciones; también participa en la modulación del sistema nervioso. Se estima que cerca del 90 % de la serotonina del cuerpo se produce en el intestino, especialmente por células enteroendocrinas que son influenciadas por la Microbiota. Este neurotransmisor está directamente relacionado con el bienestar emocional, el apetito y el sueño.


Además, la Microbiota contribuye a fortalecer la barrera intestinal, prevenir procesos inflamatorios y regular la respuesta del sistema inmune. Cuando existe un desequilibrio en esta comunidad microbiana —situación conocida como disbiosis— pueden aparecer síntomas digestivos, inflamación sistémica e incluso alteraciones psicológicas, debido a la comunicación permanente con el sistema nervioso central.


¿Cómo se comunican el intestino y el cerebro?

Vía nerviosa: el nervio vago

El nervio vago es uno de los principales canales de comunicación entre ambos órganos. Este nervio transmite información sensorial del intestino hacia el cerebro y regula funciones digestivas como el movimiento peristáltico y la secreción gástrica. Su activación puede tener efectos calmantes sobre el sistema nervioso central, mientras que su inhibición se asocia con Ansiedad y Trastornos Digestivos.


Vía endocrina y hormonal

El intestino libera hormonas como la grelina, leptina y péptidos intestinales que influyen en sensaciones de apetito, saciedad y regulación del metabolismo. Estas hormonas viajan a través del torrente sanguíneo y actúan sobre áreas cerebrales que controlan el comportamiento alimentario.


Vía inmunológica

En el intestino se encuentra gran parte del sistema inmune. Cuando existe inflamación intestinal, se liberan citoquinas que pueden cruzar la barrera hematoencefálica y generar respuestas inflamatorias en el cerebro. Esto se asocia con alteraciones del estado de ánimo, fatiga crónica y dificultades cognitivas.


Metabolitos microbianos

La Microbiota produce ácidos grasos de cadena corta (AGCC), como el butirato, que tienen funciones antiinflamatorias y pueden influir en la plasticidad neuronal y el comportamiento.


Beneficios de un eje intestino–cerebro equilibrado

Un eje intestino–cerebro saludable se asocia con una mejor calidad de vida. Entre los principales beneficios destacan:


Mejor salud digestiva

Un equilibrio microbiano adecuado se traduce en una digestión eficiente, menor riesgo de inflamación y reducción de síntomas como distensión, diarrea, estreñimiento o dolor abdominal.


Regulación del estado de ánimo

La adecuada producción de neurotransmisores contribuye a prevenir síntomas de Ansiedad, Depresión, Irritabilidad y Alteraciones del Sueño. Muchos estudios actuales sugieren que intervenciones dirigidas al intestino pueden ser útiles como coadyuvantes en el manejo de trastornos afectivos.


Fortalecimiento del sistema inmune

Una Microbiota diversa ayuda al cuerpo a responder mejor a infecciones y a regular procesos inflamatorios crónicos que pueden derivar en enfermedades sistémicas.


Mejor metabolismo y control del peso

El eje intestino–cerebro influye en las señales de hambre y saciedad, lo que puede apoyar procesos de control de peso y prevenir enfermedades metabólicas como la resistencia a la insulina.


Indicaciones clínicas relacionadas con el eje intestino–cerebro

Actualmente, cada vez más especialistas en Gastroenterología, psiquiatría, psicología clínica, nutrición y medicina integrativa incorporan el abordaje del eje intestino–cerebro en sus tratamientos. Algunas condiciones donde esta relación se considera clave incluyen:

  • Síndrome de intestino irritable (SII)
  • Enfermedad inflamatoria intestinal
  • Trastornos funcionales gastrointestinales
  • Depresión y ansiedad
  • Estrés crónico y trastornos del sueño
  • Obesidad y trastornos alimentarios
  • Fatiga crónica y dolor crónico
  • Alteraciones cognitivas leves


En estos casos, el manejo suele ser multidisciplinario, combinando intervención médica, nutricional y psicológica.


Evaluación del eje intestino–cerebro

La valoración clínica incluye:


Historia clínica detallada

El especialista evalúa síntomas digestivos, emocionales, patrones de sueño, niveles de estrés, historial alimentario y antecedentes de enfermedades.


Pruebas diagnósticas

Dependiendo del caso, pueden realizarse:

  • Estudios de heces para evaluar Microbiota o descartar infecciones
  • Exámenes de sangre para marcadores inflamatorios, deficiencias nutricionales o hormonas
  • Endoscopia digestiva alta o Colonoscopia cuando existe sospecha de patología estructural
  • Evaluación psicológica para determinar el impacto emocional o conductual


Tratamientos enfocados en el eje intestino–cerebro

El manejo puede ser integral e incluir intervenciones dietéticas, farmacológicas, psicológicas y de estilo de vida. Cada tratamiento debe ser prescrito y acompañado por un especialista.


1. Nutrición personalizada

La alimentación es uno de los pilares para restaurar la función intestinal y mejorar la Microbiota. Los profesionales pueden recomendar:

  • Aumento de fibra soluble e insoluble
  • Inclusión de alimentos fermentados como yogur, kéfir o chucrut
  • Dietas específicas como FODMAP en casos de SII
  • Control de irritantes intestinales
  • Adecuación de macronutrientes según cada condición


2. Probióticos y prebióticos

Los probióticos pueden ayudar a restablecer el equilibrio microbiano, mientras que los prebióticos sirven de alimento para las bacterias benéficas. Es importante que sean prescritos por un especialista para asegurar su eficacia y evitar efectos adversos.


3. Manejo farmacológico

Dependiendo del diagnóstico, pueden indicarse antiespasmódicos, moduladores del dolor visceral, antidepresivos en dosis bajas para mejorar la comunicación intestinal o medicamentos específicos para enfermedades inflamatorias.


4. Terapias psicológicas

El estrés y las emociones influyen significativamente en el funcionamiento intestinal. Terapias como la cognitivo-conductual, mindfulness y manejo de ansiedad han mostrado beneficios en el SII y otros trastornos funcionales.


5. Modulación del nervio vago

Estrategias como ejercicios respiratorios, meditación, actividad física regular o incluso dispositivos médicos pueden estimular este nervio y mejorar la comunicación intestino–cerebro.


Recuperación y expectativas de tratamiento

El tiempo de recuperación depende de la condición tratada. En trastornos funcionales como el SII, el paciente puede comenzar a sentir mejoría entre 4 y 8 semanas después de ajustar su dieta y hábitos. Sin embargo, en enfermedades inflamatorias o condiciones crónicas, la recuperación puede ser más prolongada y requerir seguimientos continuos.


Los especialistas enfatizan la importancia de la adherencia al tratamiento, ya que este enfoque aborda múltiples sistemas del cuerpo. La participación activa del paciente —especialmente en la alimentación y el manejo del estrés— es fundamental para lograr resultados duraderos.


Riesgos y consideraciones

Aunque trabajar sobre el eje intestino–cerebro suele ser seguro, existen riesgos cuando se aplican intervenciones sin supervisión médica:

  • Uso indiscriminado de probióticos, que puede empeorar síntomas o interactuar con patologías específicas
  • Dietas restrictivas sin indicación, que pueden generar deficiencias nutricionales
  • Automedicación, especialmente con ansiolíticos o antidepresivos
  • Interpretación inadecuada de pruebas de microbiota, que requiere formación especializada


Buscar atención con profesionales certificados en Gastroenterología es esencial para evitar complicaciones.


El eje intestino–cerebro es un campo clave en la medicina moderna y representa un puente entre la salud digestiva y el bienestar emocional. Su estudio ha permitido comprender cómo la Microbiota, la inflamación, las emociones y los hábitos interactúan para influir profundamente en nuestra calidad de vida. En Colombia, cada vez más especialistas integran este enfoque para tratar trastornos gastrointestinales, emocionales y metabólicos, ofreciendo a los pacientes una atención más completa y personalizada.


Cuidar la salud intestinal no solo mejora la digestión; también puede influir positivamente en el estado de ánimo, el sistema inmune y el bienestar general. 

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